Los enemigos de la fotografía

por José Luis Pariente

Revista FOTO FORUM, No. 36, págs. 25-25.
México, D.F., octubre/noviembre de 1994.
La Caja Negra

Pudiera antojarse obsoleto escribir artículos acerca de los cuidados que requieren las impresiones fotográficas tradicionales, cuando ya hace algunos años que comenzaron a aparecer, en las revistas especializadas, las esquelas de defunción de este tipo de impresiones a base de haluros de plata (nos referimos a los desplegados publicitarios de los modernos procesos de registro por medios magnéticos).

Sin embargo, y para consuelo de nuestra gran mayoría de fotógrafos que todavía se resiste a lidiar con pixeles, megas y gigas, la fotografía tradicional - a pesar de su muerte anunciada - aún goza de cabal salud, por lo que no es descabellado insistir en la concientización de los fotógrafos, aficionados o profesionales (en especial estos últimos), acerca de los peligros que acechan a las impresiones fotográficas a base de sales de plata.

Estos peligros, que hemos agrupado bajo la denominación de "los enemigos de la fotografía", tienen que ver con todo aquello que, de una forma u otra, se atraviesa en el camino de imagen, desde la creación de la misma, hasta su "puesta en escena" y, aún más grave, a lo largo de toda su vida, ya sea que permanezca en el rincón más oscuro de un archivo, o aprisionada en las páginas de algún album del recuerdo.

El primer grupo lo constituye todo lo que es inherente a la fabricación y la estructura propia del artefacto. Las impresiones tradicionales tienen, como sustento de la emulsión, una base de papel, de una gran pureza, es cierto, pero papel, al fin y al cabo. Recubierto o no de plástico, el hecho es que el soporte de la delicada imagen de plata es un material de por sí también bastante vulnerable, y que en su mismo proceso de fabricación oculta enemigos potenciales para su preservación, como lo son la acidez de algunos de sus componentes y la poca resistencia a la tracción, propia de las fibras orgánicas con las que está elaborado.

Un segundo grupo potencial de riesgo lo constituyen las variadas y cambiantes condiciones ambientales en las que va a permanecer la imagen a lo largo de su vida, desde que sale de la fábrica como papel fotográfico, hasta que se deposita en algún receptáculo final, pasando por el largo y arriesgado proceso de su comercialización, revelado, montaje, exhibición, archivo y continuo manejo por una multitud de personas, de las cuales muy pocas, a veces ni siquiera el propio fotógrafo, conocen los riesgos a los que las someten con su inadecuado manejo.

El tercer enemigo lo constituye, sin duda, lo que podríamos llamar "el factor humano", y está formado precisamente por ese grupo amplio y heterogéneo de personas que van a manejar los materiales necesarios para cristalizar las impresiones fotográficas, inclusive, desde antes que se haya formado en ellas una imagen. No hay que olvidar que este tipo de artefacto pasa por tres etapas bien definidas, en las que interviene el manejo humano, y que en forma breve podemos enumerar como sigue:

Una primera etapa, previa a la formación de la imagen, en la que se le identifica como "material fotosensible", y en la que el fotógrafo no tiene prácticamente intervención, ya que abarca los procesos de su fabricación, almacenaje y comercialización. La segunda etapa, que inicia con la exposición del material a la luz, tiene que ver, primordialmente, con los procesos subsecuentes de revelado e impresión. Esta fase concierne fundamentalmente al fotógrafo y al personal de los laboratorios encargados de esos menesteres. La tercera fase, en donde ya de hecho se manipula una imagen, expone a ésta a una multiplicidad de usuarios, que van desde el mismo fotógrafo hasta el curador de una galería o el responsable de una fototeca - en el mejor y más directo de los casos - o a las manos de una serie más o menos abundante de intermediarios, hasta llegar a su destino final, colgada en un muro o depositada en álbumes o archivos.

Y en todos estos estadios acechan, camuflados por el descuido o la simple ignorancia, los implacables enemigos de la fotografía. Enemigos que tienen muchos y variados nombres. Enemigos múltiples, a los que sería largo enumerar, pero a los que, para fines de análisis, podemos clasificar de acuerdo a su maldad y al daño potencial que ocasionan a la imagen.

En un primer bloque, segregados del resto por su virulenta acción, saltan a la vista de inmediato cuatro poderosos enemigos de la fotografía, que como apocalípticos jinetes, son los que más daños acasionan a la imagen de plata, a saber: la luz, los procesos residuales del revelado (el "hipo", en particular), la acidez y, por supuesto, el propio fotógrafo.

Son realmente tan malignos que el espacio se nos hace insuficiente para relatarle al lector las consecuencias de sus acciones, por lo que dedicaremos nuestros próximos cuatro artículos a detallar, de manera pormenorizada, su "modus operandi", de manera que no puedan sorprender a quienes, de una u otra manera, velamos porque la imagen, mortal al fin, no desaparezca del soporte antes que del recuerdo.