Con motivo de la presentación del libro ESTACIONES EN LA MÚSICA (Conaculta, Lecturas Mexicanas, Cuarta Serie,  México, 1999), de Sergio Cárdenas, el musicólogo y compositor musical José Rafael Blengio leyó el siguiente texto el 19 de noviembre, 1999, en el Centro Cultural  “...y la nave va.”, de Querétaro, Qro., México:

 

CON APASIONADA TINTA DE AMAPOLA

 

   Después de adentrarnos en las páginas de “Estaciones en la Música”, cabría ponerle un subtítulo: “La pasión didascálica”, pues no hay una sola línea que no tenga como misión enseñar a través de lo bello, siendo el principal protagonista el lector, a quien Sergio Cárdenas jamás pierde de vista y a quien dirige el grueso de su artilería magisterial, en el mejor sentido del término.

   Cada artículo es una profesión de fe, un credo articulado y coherente, una “vis a tergo”, el motor interno que explica y justifica su veneración y su labor esclarecedora, como si hiciera la misma operación que cuando da vida a una partitura  en un acercamiento a lo inefable.

   Es curiosa la imagen que a veces suscita en público ese monstruo sagrado, el director de orquesta, como un concertador de tempestades, un aprendiz de brujo que de la nada extrae torrentes de sonidos que se doblegan a su voluntad férrea, esa suerte de pájaro enorme y ensimismado que con los brazos vuela en y sobre el río iluminado de la música y que tiene más de titán, de divo, de taumaturgo, que de mortal o ser terrestre. Para alcanzar y dar esos momentos de intensidad sobrehumana, tiene que apoyarse en años, lustros de perseverante sacerdocio, de análisis vivo que es esa empresa, la de dar vida a cada partitura, de reflexión ardua y absorbente, de iluminar cada pliegue del alma del compositor.

   Tras bambalinas sabemos que el director debe ser (y a menudo es) un consumado músico, un catalizador de relaciones sociales, un arquitecto que conoce palmo a palmo los recovecos de cada catedral, cada palacio, de cada pabellón sonoro. Pero cuando ese espíritu que es dechado de organización, de voluntad de forma, de entrega, de curiosidad y pasión, además de los sonidos que genera en el podio toma la pluma y nos revela al ámbito fenoménico, la raíz entrañable de cada obra maestra, cuando nos señala el corazón palpitante del misterio de cada frase, cada acorde, como cirujano habilísimo y amoroso, creo que cumple con una de las misiones más altas del artista: formar nuevos devotos del arte, bajar de la montaña con el oro de cada recreación y, como panes y peces, repartirlo fraternalmente a los oyentes.

   Los testimonios musicales propios y ajenos que conforman “Estaciones en la Música”, son valiosos porque en ellos se transluce en forma igualmente reveladora y admirable el celo que Sergio Cárdenas ha puesto en la difusión del arte de Euterpe. Detrás de cifras oficiosas, detrás de anécdotas ilustrativas, algunas lamentables dentro de nuestra burocracia charra que a veces tiene gestos seudonapoleónicos y que desea gulags y autos de fe, destaca la firme convicción de que la música es para todos, como un nuevo Sermón de la Montaña, que conforte a pobres y ricos, a letrados e iletrados, y que los empareje con la mira evangélica de hacernos a todos mejores en este planeta depauperado, pero que no debe ser vencido por la desesperanza, pues para ello está la música.

   Soy uno de los muchos amigos que el maestro Cárdenas dejó en Querétaro, a quien he admirado en todo lo que vale y por todo lo que sembró y repartió en este tierra, por su labor limpia y eficaz de hacernos sentir y ver la función última de un director de orquesta, del músico cabal que es: recrear la obra de arte y hacerla llegar a la otra mitad del binomio, el oído y el espíritu del escucha, para quien fue materializada, todo lo cual, viéndolo bien, es una labor cumplidamente social.

   Este libro fue escrito con un estilo depurado y claro, con inteligencia, con amor. Trae a mi mente las líneas entrañables de ese gambusino del alma nacional, Ramón López Velarde, en su poema “Humildemente”:

 

                           Porque me acompasaste

                           en el pecho un imán

                           de figura de trébol

                           y apasionada tinta de amapola

                           con que las señoritas

                           levantan alfileres

                           y electrizan su pelo en la penumbra.

 

   “Estaciones en la Música” está escrito con esa apasionada tinta de amapola, y la música para Sergio Cárdenas es ese imán en figura de trébol que late en su pecho de artista consumado.

 

© José Rafael Blengio, 1999.