Es cierto que con frecuencia tropecé
en la historia larga y empedrada
que me trajo hasta aquí,
y que cuando me caía, rápido me levantaba
y me decía
que nadie me había visto,
y también
que había sido un accidente, la fatalidad, que hasta entonces
desvergonzadamente había negado,
que una pierna se me había atravesado y después seguía caminando,
cojeando, y me decía
está bien así, la caída no fue ninguna caída,
las piedras de la calle no eran ningunas piedras,
y cuando un puñado de gente se burlaba de mí,
otros me daban ánimo y decían
que llevaba en mí una bella historia y que yo
debería contarla, aunque fuera a mí mismo.